TURISMO Y POLÍTICA:
la visibilidad/invisibilidad de una relación ambigua. Exotismo y conflicto en
los nuevos escenarios de la ciudad de Buenos Aires[1]
Tourism and
Politics: Visibility and no visibility ambiguous relation. Exotism and conflict
in
Mónica
Lacarrieu[2]
Resumen: El propósito de este trabajo es
repensar el lugar del turismo en escenarios de coyuntura de “crisis”
socio-económica y de aparente incremento de la inseguridad y violencia urbana.
Focalizando en la ciudad de Buenos Aires, proponemos analizar la relación
contradictoria y conflictiva que se establece entre el turismo cultural como
factor de desarrollo económico y social, y las “territorialidades de conflicto”
entre las que se debaten determinados sectores de la ciudadanía, omitidas
generalmente por las políticas gubernamentales.
Palabras clave: Turismo. Ciudadanía. Territorialidades
en conflicto. Buenos Aires.
Abstract: This paper intends to think about tourism in times of
socio- economical crises and apparent rising of insecurity and urban violence.
Having
Key words: Tourism. Citizenship. Conflictive arenas. Buenos Aires.
Introducción
SONREI
TENEMOS VISITAS
RECIBAMOS BIEN
A LOS 500.000 TURISTAS
Acontecimientos que
tuvieron por epicentro la ciudad de Buenos Aires, obligan a repensar
complejamente el lugar del turismo y los turistas en contextos críticos, como
los que aún tienen vigencia en esta ciudad. La masiva llegada de turistas,
producto de los tiempos vacacionales, pero también de una favorable situación
económica, propicia la puesta en marcha de acciones políticas y campañas
turísticas, las que conviven en forma tensionada con el conflicto que marca y
deja huellas cotidianamente. El párrafo con el que iniciamos este texto, fue
parte de esa retórica construida simultáneamente entre la publicidad y la
política, en la que la ciudad se vuelve objeto de un discurso de fabricación
comercial, no obstante, atravesada por situaciones y procesos considerados de
extrema violencia y caos.
El papel que desde los
gobiernos, organismos internacionales, ONGs suele atribuírsele al turismo como
factor de desarrollo económico parece ajeno a esa otra relación, aparentemente
subyacente, que vincula al turismo con el poder, el conflicto y el campo de lo
político en un sentido amplio del término.
Las diversas estrategias y
mecanismos que procuran operar a modo de enmascaramiento de esta contradicción,
acaban iluminando las paradojas que el propio espacio del turismo contribuye a
generar. Como veremos, las postales emblemáticas que muestran la cara linda de
la ciudad, trasmutan intermitentemente en las postales del descontrol, no
alcanzando con ponerse un antifaz para ocultar el rostro conflictivo de la
misma. Así, como el conflicto exotizado se vuelve el intento de travestización
del conflicto descarnado que permea la vida social y ciudadana de esta Buenos
Aires.
En este sentido, el propósito de este trabajo es repensar
el lugar del turismo en escenarios de coyuntura de “crisis” socio-económica y
de aparente incremento de la inseguridad y violencia urbana. Focalizando en la
ciudad de Buenos Aires, proponemos analizar la relación contradictoria y
conflictiva que se establece entre el turismo cultural como factor de
desarrollo económico y social, significado en torno de relaciones netamente
comerciales con la sociedad receptora y las “territorialidades de conflicto” entre
las que se debaten determinados sectores de la ciudadanía, omitidas
generalmente por las políticas gubernamentales, en ocasiones instrumentalmente
colocadas en situación de “extranjeridad exótica”, en otras radicalmente
estigmatizadas, de modo de oponerlas a la “situación turística” vista como
escena de armonía y convivencia pacífica.
Interesa repensar las relaciones contradictorias entre el
turista y el ciudadano, entre las prácticas turísticas y las prácticas de la
ciudadanía, complejizando dicha relación no sólo mediante la observación de
intercambios de reconocimiento y/o conflicto, sino también reflexionando sobre
los intentos de visibilización/invisibilización de “externalidades
negativas”, en relación a las cuales el
turista es colocado en situación de “extranjeridad” (en busca de lo exótico)
frente a ciudadanos que se debaten entre tensiones propias del país y de la
ciudad.
Una primera visión, relativizable por
su homogeneidad, indicaría que las políticas del turismo tanto a nivel nacional
como de la ciudad de Buenos Aires estuvieron, en la década de los ´90, marcadas
por “estéticas del exotismo” y por cierta filiación entre turismo y cultura. No
obstante, una desagregación más fina ofrece ciertos matices: a la aparente
ausencia de políticas de turismo a nivel nacional hasta el año 1999, siguió un
“turismo de exotismo y diversión” entre el 2000 y el 2001, reconvertido en la
ambigüedad propia de la crisis del año 2002[3],
entre la recuperación de la identidad nacional y la devaluación de la moneda
nacional. La etapa que empezó en 2003 con Nestor Kirshner, ha estado signada
por la negación del turismo cultural como área independizada de otros campos, sin
embargo, ciertos componentes simbólicos y culturales han sido fundamentales a
la hora construir la “marca” nación de cara a su exterioridad global.
A partir de los señalamientos
realizados y de los objetivos que nos planteamos, surgen algunas preguntas acerca
de las cuales intentaremos reflexionar a lo largo del texto: ¿cómo es posible
forjar políticas/planes de “turismo cultural”, cuando las “estéticas de la
autenticidad” (GÉRAUD, 2002, p. 447) son las “estéticas del conflicto”?; ¿cómo
recrear “turismo cultural” en épocas en que la devaluación de la moneda es el
mayor atractivo “cultural” del país y la ciudad?; ¿es compatible el conflicto
social traducido en la protesta con los discursos y planes orientados a
promocionar la ciudad y sus partes desde las “puertas abiertas al turismo”?;
partiendo del supuesto de que la relación entre turismo y ciudadanía se aceita
mejor en tiempos de paz, ¿es posible el acomodamiento de la relación tensa
entre prácticas turísticas y prácticas ciudadanas en un país y su capital
proclives al conflicto?
Turismo
y Economía/Turismo y Política
Hace ya un tiempo Néstor García
Canclini dividió el mundo de las ciudades entre ciudades
sexy-espectaculares (Nueva York, Berlín,
Barcelona) y ciudades paranoicas, colocando a Buenos Aires – junto con Caracas, Lima, Río,
México - dentro de la segunda categoría, como una de las tantas ciudades
latinoamericanas que dan terror. Su apreciación fue, en cierta forma,
coincidente con las afirmaciones que realizó Paul Virilio acerca del
desplazamiento generalizado de la ciudad-civitas a la ciudad pánico, y de la ciudad
abierta a la claustrópolis
o ciudad cerrada. Las imágenes de
descontrol trasmitidas por “
Aunque desde fines de 2001, para muchos
se ha hecho visible una ciudad que viene latinoamericanizándose a pasos
agigantados, aún es posible pensar en Buenos Aires en un remedo de Jano, el
dios bifronte de dos caras contrapuestas: la ciudad bella y la ciudad agresiva
coexisten en tensión. Sólo que desde el campo político local, los discursos,
planes y acciones persisten en el anclarse en la ciudad construida
espectacularmente, relegando otras posibles caras de la misma.
En el transcurso de los últimos años,
cuando la indigencia, la inseguridad y la crisis se han vuelto protagonistas de
nuestra vida diaria, y una vez pasado el primer momento, el del asombro ante
algo aparentemente inédito para Buenos Aires, el gobierno de la ciudad
especialmente – aunque en ocasiones con apoyo del gobierno nacional –
concentraron la atención en la construcción de una retórica que la reposicione,
como Una cultura diferente o bien
como Capital cultural de América Latina.
Los ejes estratégicos formulados por la gestión de
La estrategia retórica formulada por el
gobierno local – prioritariamente desde
Podemos especular con un sentimiento de
hospitalidad constituido desde dos niveles de materialización como ha señalado
Carlos Fortuna (1995) al analizar una campaña similar en Portugal. Siguiendo el
planteo de Goffman (1981) la imagen se construye en la necesidad de una
“actuación” en la que, como en el teatro o en la vivienda clasemediera, un
espacio de “fachada-fachadismo” es el ámbito de recibimiento que con recursos
escénicos apropiados se decora y maquilla a fin de volverlo amable. En el
“trasfondo escénico” se ubica el “patio trasero”, aquél que quienes poseen los
recursos, consiguen controlar e invisibilizar mediante diversas estrategias. La
ciudad, entonces, es convertida mediante una especie de “montaje escenográfico”
a punto para ser mostrada al visitante – como cuando las familias apelan al living de la casa como el espacio
higiénico e intocado, descotidianizado, en pos de recibir a las visitas. Pero
la ciudad descotidianizada coexiste conflictivamente con la ciudad cotidiana. Y
aquí viene lo interesante para el caso de Buenos Aires.
En un segundo nivel, y siguiendo el
señalamiento de Fortuna (1995, p. 17), la ciudad se mercantiliza y vuelve
rentable sus bienes, valores y sujetos, por vía del establecimiento de “una
relación social de tipo comunitario, supuestamente basada en el principio de la
reciprocidad”. Este tipo de vínculo se asienta en el antecedente de modelos
como el de la comunidad o “sociedad folk”,
en la que las relaciones primarias son homogéneas y permiten una interacción
cara-cara simétrica entre – en este caso – ciudadanos y visitantes, pero
también en la apelación a lugares de sentido e identificación, como el modelo
de familia y moralidad, en apariencia armónico y refugio ante el temor y el
conflicto. Esta relación de proximidad a la que aspiraba la campaña, elude las
desigualdades sociales, así como las relaciones de poder, e incluso las formas
en que se procesan los términos de una conversación – que siempre será asimétrica
y tensa – entre ciudadanos y visitantes (FORTUNA, 1995, p. 17).
Claro que dicha campaña y promoción
habría sido inviable sino hubiera habido una suerte de ordenamiento concreto de
la ciudad en el mismo sentido o como lo denomina Delgado Ruiz, una “política de
lugares” afín. En un paisaje urbano delineado en los ´90, en base a planes y
proyectos vinculados al color, la estética y el diseño, en tanto componentes
ineludibles de una ciudad visualizada como “única” en el seno de la región; los
mismos se constituyen como fronteras terapeúticas a fin de volver “ciudadanos
cautivos” a quienes se desea visibilizar para el turista ávido de “estéticas de
la autenticidad”. Las postales, que luego veremos como emblemáticas, son el
resultado de cierto “embellecimiento estratégico” que han puesto en juego el
poder político y el mercado en aras de delinear zonas positivas y zonas
negativas, zonas donde “se merece vivir”, en consecuencia en las que “se merece
ir de visita”, y zonas estigmatizadas. Es la producción de una “ciudad vudú” – retomando
la expresión de Harvey (1988 apud FEATHERSTONE,
1995, p. 150) – en la cual “la fachada posmoderna del redesenvolvimiento
cultural puede ser vista como una máscara de carnaval que encubre la decadencia
de todo lo restante”. O como diría Zukin (1995) es la primacía de un orden
fundado en la “estetización del miedo y la diversidad” mediante recursos de la
cultura, específicamente patrimoniales y estéticos. El color se ha manipulado,
en este sentido, como uno de los instrumentos más propicios a este fin. El
color diferencia, gestiona límites, establece márgenes, separa y/o une lo que
visibiliza e invisibiliza. Detrás de máscaras coloridas, en Caminito, se
ocultan ocupantes pobres de conventillos arreglados para la ocasión turística.
Así, se visibiliza el disfraz del conventillo colorido, mientras en el barrio
del Abasto, los ocupantes de casas tomadas deben seguir el mismo camino a fin
de volverse imperceptibles en su deterioro social e invisibilizar su imagen de
indeseables para la ciudad – su no-color o su grisáceo asociado a la miseria,
los vuelve hipervisibles y obviamente desagradables a los ojos de turistas
ávidos de exoticidad producida. El color es asi un signo útil de segregación.
Diriamos que esta estetización urbana y de dilución de los “indeseables” en el
seno de la misma, se constituye en una forma de negociación o de consenso parcial de su integración,
aunque dentro del contexto de efimeridad que implica el escenario de la
actuación para otros – pues en su vida cotidiana se reproducen en el seno del
deterioro.
Figura
1 - "Calle Caminito" Barrio La Boca
Fonte:
Acervo de la autora
La imagen del
turismo como factor de desarrollo económico se constituye en contradicción con
las imágenes “reales” con las que convive
Figura 2 - Antiguo Mercado del Abasto, actualmente shopping
center.
Fonte: Acervo de la autora
Aquellos
acontecimientos del 2004, cuando diversos incidentes frente a
A pesar de
piqueteros[5],
desmanes, etc., estamos esperando visitas, estamos esperando 500.000 turistas.
Uds. saben que el turismo contribuye al desarrollo. El GCBA esta haciendo
campaña en el interior, Chile, Brasil, Uruguay. Juntos contribuyamos siendo
atentos y amables. Contribuyamos a que la ciudad sera uno de los principales
destinos de América Latina.
Nótese que la
violencia y el temor al caos que durante el día anterior había sido reproducido
por todos los canales de aire, casi en cadena, como imagen ineludible de la
ciudad del presente, un día después y cuando el destinatario es el turismo, es
reconvertida en sentimiento de hospitalidad y armonía, donde los piqueteros y
el descontrol no son los protagonistas de la realidad, sino “extras” o
parientes indeseables que aunque son de la familia, se procura olvidar, des-invitar
y “meter debajo de la alfombra” porque avergüenzan.
En cierta
forma, la protesta social calificada en términos de violencia urbana, aparece
imprevistamente y generalmente en los “lugares purificados” – preferentemente
en
La estrategia
operada, en aquellos tiempos, desde
Es una manera
de protestar. Un grupo de gente que corta calles y avenidas. Esta actividad no presenta ningún peligro para
el visitante. El único inconveniente con el que puede llegar a
encontrarse el turista es tener que cambiar de periplo, ya que la calle por la
que quiere circular está cerrada al tránsito. Los turistas todo terreno pueden
aprovechar el atasco para ver los monumentos y conocer la idiocincracia de
algunos habitantes de la zona.
La guía buscaba promocionar una ciudad segura
– de hecho, esto podía observarse en otro sector de la página web, donde se daba información sobre el
tópico seguridad –, asumiendo, sin embargo, que como en toda gran metrópoli hay
que tomar ciertos recaudos, no obstante, colocando el temor no en los
piqueteros, sino en los robos de carteras y en las calles poco iluminadas por
la noche.
En términos
generales, el poder político, procura despolitizar el lugar del turista en una
ciudad en conflicto, no sólo definiendo la inseguridad desde hechos menores,
sino y sobre todo, globalizando y exotizando al “otro piquetero”, volviéndolo
digerible y deglutible para un turista que se espera que con conocimiento
local, estetice su propio miedo. Y el caso, demuestra como la asociación entre
turismo y política resulta inevitable.
Postales
emblamáticas y postales del descontrol: “Yo no pago más el impuesto a ser
porteño....”
[...] esta el cliché de Gardel, no, no existe... no quiere decir que uno no le pueda reconocer un valor
a este personaje, pero creo que hoy, hoy es otra cosa, ... y una cosa que yo no
pago más es el impuesto a ser porteño,... yo no pago más impuesto al tonto, […]
ni por ser Argentino... (Testimonio de residente de clase alta de la ciudad de
Buenos Aires).
La elocuencia explícita en la frase del ciudadano: yo no
pago más el impuesto a ser porteño, está apuntando a esa imagen-síntesis que en
forma estereotipada es el producto de procesos históricos y sociales que
obviamente resulta de construcciones y reconstrucciones de la misma, pero que
posee “un elevado nivel de control social [con] una nueva fuerza
homogeneizadora muy fuerte [y que procura consagrar] la indiferenciación
ilusoria de las clases sociales” (VIEIRA, 1999, p. 40). El “ser porteño”
implica la elaboración cerrada de una imagen compuesta por un set de símbolos condensados en la misma,
a la manera de lo que el entrevistado llamó “cliché”. Esa imagen es el
resultado de un espacio de lucha por imponer, en el sentido de Hall (1985, p. 111),
una “cadena de significados” marcada por el valor de lo positivo, pero que debe
comprenderse por relación a un contexto histórico determinado. En términos de
Fortuna (1995, p. 19), el concepto de “imagen” por relación al turismo “está fuertemente
estereotipado y sujeto a dos connotaciones principales. La primera le confiere
un sentido de colección de impresiones recogidas a través de las memorias, los
escenarios, los símbolos... La segunda connotación... presenta a la “imagen”
como distorsión de la realidad”. Esta segunda conceptualización de algún modo
articula la primera en su constitución y es la que contribuye a la exageración
de
El testimonio presentado al comienzo se ve reforzado por
el discurso de una joven de clase media de Buenos Aires, cuando habló de Gardel
y el tango:
Gardel es un símbolo que quedo desde hace 100 años,
entonces en esa época se le daba mas importancia al tango y se identificaba al
tango con Bs. As. hoy en día creo que es mas una atracción turística, pero el
98% de los adolescentes yo conozco ninguna escucha tango, quedo como un símbolo
decir Maradona, esos símbolos son inmortales...
Ambos ciudadanos son conscientes de ese nivel
estereotipado de signos que en su mayoría naturalizan y asumen como
“atracciones para el turismo”, marcando una distinción entre el menú de
símbolos que identifican a Buenos
Aires y en algunos casos hasta trasvasan las fronteras de la ciudad, y las
expresiones y/o bienes sociales y culturales que efectivamente producen, consumen, escuchan y circulan
entre quienes habitan y se apropian de los espacios locales. Los niveles de
identificación asumen las características de la imagen postal que, desde hace
100 años al menos, se ha constituido en la acumulación de símbolos por
excelencia. En ese sentido, las tarjetas postales han servido – y aún sirven –
en el intento de reflejar reconstrucciones imaginarias selectivas del tipo de
imagen que se quiere exponer. En el caso de Buenos Aires han sido un medio
civilizatorio, donde el tema predominante – el progreso – ha contribuido a dar
forma al, que hemos denominado, el “núcleo duro” de la cultura porteña (LACARRIEU,
2003). Desde que la ciudad inició su proceso de modernización, una colección de
ciertos edificios, sitios, monumentos fueron ensamblados para ir definiendo el
carácter de esta urbe. El “pintoresquismo” de la imagen a vender transitó, en
una primera instancia, entre el monumento, obviamente ya remodelado aunque
refiera a la matriz colonial, como
El obelisco la identifica [a la ciudad] pero por ahí no la
diferencia, la identifica con respecto a nosotros que lo ponemos como punto de
encuentro o punto de la hinchada de fútbol que festeja en el obelisco un
campeonato o que es característico por que el obelisco esta justo en una zona
en la que se cruzan avenidas importantes que es una zona de tránsito y que
bueno todos alguna vez lo vieron, lo conocen y saben que es el obelisco y por
eso es característico de Bs. As, pero para nosotros si yo pongo una foto nada
más del obelisco, del pedazo blanco de piedra que va para arriba y que tiene
una puntita puede ser este obelisco o puede ser el obelisco en Washington o puede
ser cualquier obelisco, no es una cosa que diga uy Bs. As… abriendo un poco el
plano y mostrando el obelisco con la 9 de julio, si es algo más característico
de Bs. As pero no sé si es diferenciador...
Este testimonio de un joven de clase media alta residente
del barrio Caballito en el oeste de la ciudad expresa algunas cuestiones
interesantes al distinguir entre el nivel de identificación legitimado por
encima de apropiaciones sociales, al mismo tiempo que lo observa sin rasgos de
diferenciación – en su semejanza con el de Washington –, fortaleciendo su
referencialidad en las apropiaciones disputadas que sí hacen los habitantes
cuando se trata de posicionarlo como “punto de encuentro”, lugar de festejo o
de conflicto. El mismo Obelisco puede ser objeto de conflicto, cuando en las
cercanías ocurren asaltos o situaciones de violencia. Esta imagen sin duda
genera controversia, pues subvierte la imagen naturalizada de un Obelisco para
mostrar o de un Obelisco para la fiesta.
Pero sin duda, como en las postales, el set síntesis de símbolos
identificatorios no puede dar cuenta de las apropiaciones, usos y conflictos
entre los cuales se desenvuelven y hasta “viven” dichos símbolos. Aunque
efectivamente hay un caleidoscopio de diferentes miradas para y del turismo
–como ha señalado Urry (1996) –, la síntesis en un menú específico – plasmado
en la postal o en la imagen simbólica que circula entre los imaginarios
sociales –, implica la selección y la definición de un “tipo de mirar y mirada
específico” (FRESHE, 1997, p. 125). En el caso de Buenos Aires, ese tipo de
mirada ha estado dado en primer término por los denominados “símbolos de la
modernidad”: desde monumentos hasta edificios modernos, desde
La redefinición del set
de símbolos porteños incluye la conformación de un “espíritu de lugar” que
reorganiza la ciudad e intenta redireccionar la apropiación urbana de la
población, “codificando... comportamientos típicos de un “auténtico [porteño]”
(RIBEIRO; GARCIA, 1996, p. 171). Así, el “núcleo duro” de la cultura urbana de Buenos
Aires, pasa a constituirse en base a un estilo de vida propio de la década del
´30/40, fundada en un conjunto de mitos, hoy fuertemente reforzados: el ingreso
de los inmigrantes europeos de principios de siglo, vinculados a una cultura
del trabajo y al nacimiento de la vida barrial en tanto “sentimiento” y su
articulación al tango llorón y nostálgico que Gardel, junto a una serie de
divas y otros personajes varones.
Figura 3 -
Estatua viviente(actor) representando Gardel interactuando con turista.
Fonte:
Acervo de la autora
La mayor parte de los ciudadanos que consultamos, acerca
de personajes identificatorios, sitios representativos, músicas simbólicas,
entre otras cuestiones, sintetizaron un set
que nos identifica aunque no nos represente cabalmente. Entre ellos ubicaron el
Obelisco, el tango, Carlos Gardel, barrios como
Como en las postales, la ciudad define
su imagen a partir de “arreglos” que podrán ser espaciales, culturales,
sociales (FRESHE, 1997, p. 126). Los “arreglos” tienden a la compresión en un
determinado tipo de mirada, resultado de un “trabajo de encuadramiento” de
espacios, comportamientos, rasgos que se quieren iluminar frente a otros que se
pretenden silenciar. Del direccionamiento de ese mirar intervienen sobre todo
quienes detentan mayor poder simbólico y material, pero no sólo el gobierno,
sino también privados y ciudadanos, todos apuntando a la recreación de una
“ciudad modelo” con “ciudadanos ideales”, excluyentes de otros ciudadanos
quienes quedan entre accesibilidades restringidas del espacio urbano (RIBEIRO;
GARCIA, 1996, p.172).
Los diferentes programas turísticos que
desde 1996 en adelante el Gobierno de
La necesidad de asimilación, por ende de identificación,
conduce hasta los inmigrantes de países limítrofes que no responden al tipo o
perfil de ciudadano porteño estereotipado y que no se identifican con sus
referentes culturales. Algunos programas del gobierno de la ciudad o
nacionales, han procurado la visibilización de esos “otros”, frecuentemente
acusados de quitar el trabajo a los nativos o denunciados por sumatorias de
ilegalidades, mediante su exposición como “curiosidad viviente” (RAUCH, 2002/3,
p. 391). Siendo los propios “otros” quienes, en el convencimiento de que es más
seductor lo lejano que lo próximo, lo antiguo que lo contemporáneo y lo
pintoresco vinculado a la “estética de la autenticidad” (RAUCH, 2002/3, p. 390),
acaban negociando mostrarse entre las “alegorías del exotismo” que no sólo les
autoriza el encuentro de reconocimiento simbólico y físico con el turista sino
también con los ciudadanos que en la vida ordinaria y en otros tiempos de la
cotidianeidad, los discriminan. Así, la pretensión de convertir a cada
inmigrante en objeto-souvenir – como en otros espacios a los indígenas o a los
negros –, a su vez en objeto-testimonio de la representación de la alteridad,
en consecuencia objeto de colección vinculado a estéticas de supuesta
“autoctonidad” constitutivas de la experiencia del convertirse y ser turista (LE
MENESTREL, 2002/3, p. 468); revierte en nativos-objetos museísticos y no en
nativos-sujetos de ciudadanía. Las ferias de las colectividades o la conversión
reciente de
En este sentido, no sólo debe atribuirse al poder local o
del mercado la institucionalización del espectáculo y la “autenticidad
escenificada” - término elaborado por MacCannell (apud URRY, 1995, p. 54) -, en
pos de la conversión de muchos lugares en espacios turísticos. También los
ciudadanos suelen constituirse en forma ambigua y ciclotímica entre el ser
parte de esa escenificación y la resistencia a verse invadido por el ojo del
turista. Recientemente, las agrupaciones vecinales, los vecinos y algunos
artistas de fin de semana del barrio de Recoleta[8]
presentaron una serie de propuestas para mejorar el lugar y entre ellas
instaron al gobierno local para crear un corredor turístico-cultural, en tanto en
el entorno se emplazan el Centro Cultural Recoleta, el Palais de Glace y el
Museo Nacional de Bellas Artes. La idea del corredor turístico es la
reproducción de un sentir que generalizadamente aparece en los vecinos de
muchos barrios de Buenos Aires. En sintonía con ello, los vecinos de
Los vecinos de esta ciudad se debaten entre las “estéticas
del exotismo” y las “estéticas de la cotidianeidad”, pero en el seno del mismo
barrio de residencia cotidiana. Bastará con observar hechos del centro
histórico, San Telmo, para dar cuenta de ese conflicto en que se ubican los
nativos cuando residen en lugares turísticos: el sentirse “debajo del ojo” aunque
los turistas no estén allí – como señala Urry (1995, p. 55) – conlleva a
diversas prácticas ciudadanas, desde el arrojar naranjas o cebollas, como ha
ocurrido hace poco tiempo un día domingo cuando ante la inauguración de un
local de diseño, comenzó a tocar una batucada en pleno corazón turístico, por
la mañana, y fue entonces que algunos vecinos “protestaron” frente a la
invasión de otros ciudadanos – pues los integrantes de la batucada no son
turistas, pero sí el producto de un lugar arreglado para el turismo –; o bien,
no saliendo, no transitando o escapando del territorio local hacia otros
lugares de la ciudad como forma de alejarse de ese espacio y tiempo de la
diversión que parece ser ajeno, o incluso, cuando se consensúa, preparándose
apropiadamente para exponerse ante los ojos del turista extranjero y del
turista ciudadano. En este sentido, la relación del ciudadano con la práctica
turística es por demás compleja, pues es en el turista en quien los vecinos
suelen colocar muchas más demandas o descontentos de los que se supone que el
propio turista puede hacerse cargo: el turismo se cree puede contribuir a la
seguridad, en consecuencia a ordenar la ciudad del caos, pero al mismo tiempo
el turista invade la intimidad de la vida privada y pública cotidiana; no
obstante, la relación ciudadano-turista, se modifica cuando el ciudadano se
convierte en un vecino que actúa de extranjero en un lugar distante de su mundo
cotidiano, allí no sufre las consecuencias propias de ese tiempo y espacio del
“fuera de lo cotidiano” y puede disfrutar de la diversión, del ocio y el placer
preparados para el turismo, en estos casos, se trata de conflictos entre
ciudadanos diversos, es decir entre el vecino-residente y el vecino-foráneo;
asimismo, el turista aparentemente alejado de todo drama social, pone en
evidencia el descontento ciudadano, el mismo que es negado cuando es el
ciudadano quien busca que el turista llegue hasta su territorio.
Hace unos años en la Plaza Dorrego[11],
en día sábado, un grupo de instituciones vecinales habían decidido reivindicar
el espacio público de la plaza conquistada por barcitos del entorno. La falta
de convocatoria del reclamo se hizo más evidente cuando arribó al lugar un
micro repleto de turistas y entre ellos apareció el cantante de tangos – trabajador
del turismo en el lugar – y concentró la atención en la esquina enfrentada a la
plaza. Como en el ejemplo de la batucada, la tensión que se produce entre
quienes ciudadanos de esta ciudad, se convierten en trabajadores del y para el
turismo y viven de éste, en tanto quienes residen en el lugar, aunque acuerden
con dichas prácticas, lo hacen siempre y cuando, como en Recoleta, se
establezcan “normas de convivencia” entre trabajadores del espacio público, residentes
y turistas. Pero aún así la relación persistirá tensa, en tanto los intereses
de unos y otros no suelen asimilarse, ni pueden adecuarse, ni siquiera a través
de las representaciones sociales.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando estos territorios (la
ciudad o el país) son objeto de apropiaciones conflictivas, de crisis y caos,
de protestas y reclamos que, en forma generalizada, ponen en cuestión esa
imagen restrictiva de contemplación y placer?
Si las postales emblemáticas pueden ser los sitios objeto
de todas las contradicciones y conflictos mencionados, cuando a éstas se
yuxtaponen las “postales del descontrol”
– imágenes asociadas al miedo, el peligro, el caos y la violencia –, los
lugares para el turismo se desordenan y aún cuando esta situación sea efímera,
obliga a repensar el lugar que adquiere ese miedo y ese caos en el andar de los
turistas. Aunque la ciudadanía pueda imaginar – como hemos visto – al turista
como el reaseguro de su bienestar, es imposible para esa misma ciudadanía
pensar en otros ciudadanos que, aun en el contexto de manipulación del miedo,
hagan uso intrumental de esos paisajes turísticos para visibilizar sus
necesidades y descontentos. Y en este caso, son los ciudadanos comunes los que
se manifiestan mayormente amenazados por el miedo, mientras los turistas pueden
distanciarse, en tanto el temor es un miedo lejano, ajeno a sus experiencias
locales y cotidianas – claro que esto podrá variar según los condicionantes
socio-históricos en los que se hayan socializado.
Construir manipuladamente el miedo, significa hacer uso de
ciertos recursos para neutralizarlo y al mismo tiempo deslegitimar el “orden
del conflicto”. La utilización hecha de la historia y el patrimonio ante los
desmanes ocurridos en
Así, el descontrol y desorden conflictivo, mirados desde
la supuesta perspectiva del turista, puede ser una herramienta estratégica a
los fines de establecer quiénes son los “indeseables”, qué circuitos deben
recorrer y donde asentarse. Pues si la protesta fuera en otro barrio por donde
los turistas no circulan y no en Plaza de Mayo o Caminito, es probable que la
visibilidad disminuyera y la cuestión quedaría reducida a problemas de pobres
contra pobres. En el 2002, cuando los cartoneros se hicieron una visita asidua
de la ciudad, Daniel Scioli, el secretario de turismo nacional, arremetió
contra ellos porque afeaban la ciudad y desalentaban el turismo. Sin embargo,
hoy los cartoneros parecen haberse vuelto parte del “paisaje”, o al menos
parece menos complejo autorizar la mirada sobre la pobreza. Por el contrario,
la sensación de inseguridad creciente, hoy parece haber tomado protagonismo.
Hace un tiempo el propio Jefe de Gobierno expresó que le preocupaba la
seguridad, especialmente en los barrios turísticos. La violand se convierte en
un “problema social” en tanto ocurre en los “lugares purificados” preparados y
producidos para que sean los extranjeros quienes den el visto bueno.
Conflicto
erotizado/conflicto descarnado: los turistas entre el “pintoresquismo”, el
piquete y los “piquetours”
La guía de turismo repitió en dos idiomas: ”Hemos llegado a
A los sudamericanos, lo de
Esta última apreciación muestra en perspectiva un
escenario complejo que, aunque
construido diferenciadamente según el lugar de procedencia, oscila entre “lo
natural” y “lo pintoresco”.
Buenos Aires continúa reproduciéndose turísticamente a
partir de sitios emblemáticos, no obstante ello, si “el turismo crea ilusiones
y lugares imaginarios” (CARLOS, 1996, p.33), ¿cómo recrear y manipular la
ilusión de ese lugar en un contexto teñido de conflicto social? O dicho de otro
modo, ¿cómo crear ilusión y evasión hacia un mundo ficticio, cuando la realidad
de un país, Argentina, y una ciudad, Buenos Aires, acosan al visitante con un
espacio que ya no es vacío de contenido, o más bien pleno de contenidos ligados
al placer, sino sobrecargado de sentido social y político?
Un ejemplo de la contradicción entre los usos y efectos
contemplativos recreados en ese mirar específico que se construye para el
turista y las contestaciones y disputas que emergen de los usos y apropiaciones
tensionadas entre el reclamo, la reivindicación de ciudadanía y la
participación social lo ha ofrecido cientos de veces el propio Cabildo,
monumento histórico nacional: intermitentemente el mismo ha sido objeto de
programas vinculados al turismo cultural temático, desde el cual se ha
dramatizado su historia mediante el regreso al pasado genuino que lo constituyó
como tal, no obstante, desde fines del 2001, es también protagonista de los
conflictos sociales más trascendentes que ocupan la ciudad, entrando en su
propia contradicción. Los dibujos que fueron realizados a lápiz y en blanco y
negro, diseñando cacerolas, cucharas y tenedores, remedando el accionar del
“golpe de cacerolas” en las paredes y molduras, durante uno de los cacerolazos
de aquéllos tiempos, ha puesto de manifiesto que el “fachadismo” no se
construye en la construcción de espacio público ciudadano, sino con las
estrategias de embellecimiento desplegadas por el gobierno y el mercado. Alejado
de su “pintoresquismo” – en este caso dado por su valor patrimonial –, se
problematiza su lugar que sin duda debe volverse desconflictivizado para
viabilizarse ante los ojos de los visitantes. La despolitización de la política de la cultura y el
patrimonio se hace aún más evidente en caso en que las cacerolas dibujadas u
otra acción similar hubiera sido idea y obra de un creador de imagen y
marketing cultural, como hemos visto sucede en relación al uso funcional de los
“lugares purificados” para el turismo.
Los casos tomados nos
regresan a preguntarnos ¿cómo perseguir una aspiración de ciudad “ordenada”
propicia para el turismo en un contexto de conflicto permanente? Parece sólo
posible en el intento controvertido que lleva adelante el Gobierno de
Las supuestas desventajas del conflicto, como la presencia
permanente y masiva de marchas y cortes de calles por parte de los piqueteros, a
partir del año 2002, trasmutaron, produciendo en algunos casos hasta posibles
beneficios. Como se observa en el recorrido turístico relatado al inicio de
este tópico, los piqueteros pasaron a formar parte de esa relación
estereotipada en la que el nativo debe convertirse en un “otro”, en un proceso
de extranjeridad que lo vuelve curiosidad, en un tipo de actividad que en la
medida en que se mira y se contempla, también se estereotipa y casi se
momifica. Aunque los manifestantes expresan el conflicto y el desorden, con el
transcurso del tiempo ellos mismos comienzan a “arreglar espacialmente” sus
itinerarios, sus símbolos (banderas, signos, atuendos), convirtiéndose en la
expresión de sensaciones de nuevas experiencias por lo diferentes y exóticos
(si se nos permite el término) en que pueden convertirse para quien viene de un
país en el cual estos fenómenos son inexistentes. Como ha manifestado Rauch
(2002/3), el nativo convertido en extranjero puede generar una interacción de
conocimiento o bien de conflicto. En el caso de los piqueteros, y a pesar de sí
mismos y sus objetivos, han sido y son en forma fluctuante, despegados de la
situación de conflicto social, para volverse objetos de curiosidad mostrando un
tipo social desconocido para otros lugares, con características peculiares que
los hace idiosincráticos, convertidos mediante un rito de pasaje que los lleva
de su “externalidad negativa” cotidiana hacia una “estética de lo
auténtico/autóctono”.
Algunos ejemplos dan cuenta de ello. Las primeras “ventas
de piquetours” fueron realizadas durante el 2002, por parte de argentinos
residentes en el exterior, o de agencias de viaje que encontraron en la
protesta, una nueva forma de marketing turístico. En cierta forma, parece que
el vendedor de curiosidades, se ha dicho: si la protesta y el conflicto no
mueren, usufructuemos del mismo. En la medida en que la violencia parece
incrementarse y asolar a la ciudad en grados inusitados, las empresas y los
medios (así como el gobierno en estos días), deciden enmascararla a los fines
de quienes nos visitan. El caso de una empresa del rubro que promociona “Buenos
Aires misteriosa” es un ejemplo de la puesta en escena del miedo
desconflictivizado. Mediante recorridos que aluden a personajes famosos por sus
crímenes – como el caso del Petiso Orejudo que sobre principios del siglo XX
mató niños o bien de
Figura 4
- Av de Mayo cerrada. Al fondo, manifestación que avanza con pancartas rojas y
blancas
Foto: Acervo de
la autora
La creación de un programa humorístico y periodístico que
se emitió por un canal de aire, del “Tour Somos como Somos”, dio cuenta de un
abundante “exotismo a la carta”. El conductor del mismo gestó un espacio
mediante el cual procuró exorcizar el miedo a través de la participación de
turistas extranjeros en situaciones de pobreza o protesta social de
En tanto el conflicto pueda ejercer ese rito de pasaje,
que lo separe del caos y la violencia amenazantes – como observé cuando viajé a
Ecuador hace unos años, encontrándome literalmente bloqueada en sus territorios
por los reclamos indígenas –, parece posible un tipo de turista ávido de
exotismo, de diferencia, que a su retorno pueda llevar consigo fotografías,
anécdotas y recuerdos de testimonios vivientes, no sólo atinentes a lo
museístico, sino también a la “realidad” de países sumidos en la pobreza; desee
y decida transitar los caminos de nuestros “piquetours”, que parecen
escasamente pintorescos, pero con un valor añadido dado por el papel que
cumplen socialmente. Entonces, el conflicto puede volverse funcional al lugar del
turismo y la ciudadanía en su función de ciudadano puesto a jugar entre las
tensiones de la cotidianeidad, convertirse en la prueba irrefutable del viaje
realizado. En estos casos, el turista no deja de ser turista, sino que el
ciudadano es quien acepta un turismo que ingresa en su vida de todos los días,
jugando a la vez el papel de ser contemplado. Sólo es necesario encontrar
aristas de diferencia, alejadas del estar “en casa”, para que acontecimientos
dramáticos de la vida cotidiana puedan visitarse y observarse como turísticos[12].
En el comienzo, los piqueteros fueron una curiosidad y los
“piquetours” un ritual a visitar y contemplar, por ese entonces, la ciudadanía
que no participaba del movimiento también los miraba con cierto entusiasmo o al
menos justificando su existencia. Sin embargo, su permanencia en el tiempo con
los consabidos obstáculos diarios, ha cambiado el parecer de otros ciudadanos
que como ellos, también reclaman aunque sin cortes de calles, ni saliendo a la
calle todos los días.
Y es justamente esta permanencia en el tiempo, cada vez
más conflictiva, la que va llevando a la necesidad de exotizar el conflicto
descarnado, hay que reordenar la ciudad, invisibilizar a quienes reclaman, a
los violentos urbanos y distanciar lo más posible a quienes nos visitan en
busca de vacaciones.
En este sentido, ¿alcanza con enmascarar movimientos de
piqueteros bajo la fachada de “piquetours”?, o ¿será que el turismo contribuirá
a la profundización de la segregación ciudadana local?. Mirado desde otra óptica,
¿el turista será convertido en una pieza conveniente a los fines de establecer
control social y en este sentido, se aproximará a ciertos sectores de la
ciudadanía.
Un final abierto
para el controvertido papel del Turismo Cultural
A lo largo del texto hemos intentado observar la
combinatoria contradictoria y tensionante que se ha observado en la ciudad de
Buenos Aires, entre las políticas locales, los privados y los ciudadanos,
durante los últimos años. Aunque la línea política parece haber persistido en
un continum con algunos ingredientes nuevos, la imposición de ciertos hechos
dramáticos vinculados a la crisis socio-económica han puesto en jaque más de
una vez esa línea de continuidad, o mejor, puesto sobre el tapete que el campo
del turismo no se constituye en forma unilineal, sino en el marco de un
complejo ámbito de negociaciones y disputas.
En el intento por superar una reflexión esquemática, hemos
focalizado la misma en los conflictos que resultan de la puesta en escena de
“estéticas del exotismo” y “estéticas del conflicto”, tratando de repensar
nuevos lugares del turismo, nuevos intercambios con los ciudadanos y las
mezclas que pueden emerger de una complementariedad difícil, pero al fin
intento de complementariedad, entre “pintoresquismo y conflicto”. La puesta en
debate del lugar de los turistas frente a una sociedad que está siendo
repensada por su propia ciudadanía, nos ha permitido superar el simple análisis
descriptivo del impacto turístico favorable a la ciudad en un contexto de devaluación
de la moneda, por poner sólo un ejemplo. “Ser turista” y “ser ciudadano” no
implica en la actualidad dos identidades esenciales, conformando dos
compartimentos estancos que se mueven por distintos circuitos y jamás
establecen intercambios e interrelaciones entre sí. Cuando el turista decide
reinvertir el lugar del conflicto, por ejemplo de la protesta, como lugar de
curiosidad y autenticidad de la sociedad que se dedica a conocer, se convierte
un poco en ciudadano, aunque obviamente difícilmente se comprometa en la misma
medida que cuando es ciudadano “en casa”. Asimismo, cuando el ciudadano reclama
“más Caminitos” como reaseguro de más seguridad y orden, coloca en el turista
la posibilidad de una mejor calidad de vida cotidiana, que es aquélla que el turista
no suele compartir con él. Este mismo ciudadano que puede volverse turista en
otro barrio, también puede resistirse a ese modelo de “ciudadano ideal”
producto del set de símbolos
legitimados para mostrar al turismo.
Es así que el tiempo de lo excepcional ya no sólo se
corresponde con el ocio y la diversión. En diversas coyunturas, aún siendo
escenarios de la contemplación, se vuelve un tiempo y espacio que retrotrae el
drama, el reclamo,
No pocos interrogantes continúan sobrevolando el propio
texto: ¿es factible pensar en turismo cuando la protesta ya no es aislada sino
generalizada? ¿Es posible que el turista, buscador de lugares placenteros, no
importa si pobres, pero sí que irradien felicidad – como Tailandia, por dar un
ejemplo –, pueda y decida deliberadamente confeccionar su itinerario de viaje
contabilizando “cacerolazos”, “cortes de ruta”, piqueteros, entre otras
manifestaciones? O será que en tanto dichos conflictos no se resuelvan el
turismo estará condenado a “acorralarse” en lugares precisos y a disfrutar de
beneficios sólo monetarios? ¿Qué lugar puede caber al turismo – y por que no
también a la cultura – en un contexto de alto voltaje de ciudadanía en
permanente “grito”? ¿Cómo podrá resolverse la aparente antinomia turismo-ciudadanía?
O, ¿cómo podrá direccionarse en un contexto de tensión entre el “ser turista” y
el “ser ciudadano”? En países como Argentina en medio de la peor crisis de su
historia, ¿hay espacio para replantearse el eslogan de Turismo Cultural, que
finalmente al decir de Fortuna, es el derecho al turismo relacionado a una
nueva forma de derecho de ciudadanía, que poco o nada tiene que ver con la
conformación de ciudadanía en el Agora de
En contextos tan complejos como los vividos aquí, pero
también recurrentes en otros países de América Latina, parece necesario
revisitar el rol que pueda concebirse para el turismo y más particularmente
para el turismo cultural, en la misma medida en que parece imprescindible la
existencia de voluntad política unida a un bienestar económico y a una
ciudadanía proclive a consumir este tipo de planes. De lo contrario, es posible
que “se corten las rutas y circuitos” por las que otrora han caminado muchos
turistas.
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2000.
Recebido em novembro 2008
Aprovado em dezembro 2008
[1]
Este texto es una versión revisada y modificada de la ponencia
presentada al Coloquio Internacional: “El Turismo como objeto de estudio de las
Ciencias Sociales. Organizado por el Centro Franco de Estudios Mexicanos y
Centroamericanos, Universidad de San Carlos de Guatemala, Centro Universitario
de Occidente, realizado el 27, 28 y 29 de julio de 2004 en Quetzaltenango.
[2] Directora Programa Antropología de
[3] A fines del 2001, una
serie de acontecimientos dramáticos como el “corralito” financiero que atrapó
en los bancos los ahorros de miles de ciudadanos, la sucesión de saqueos por
parte de los sectores populares fundamentalmente del Gran Buenos Aires,
llevaron al Presidente Fernando de
[4] Se trata de
[5] Los piqueteros surgen como un movimiento
que encuentra origen en las masas de trabajadores que han quedado desocupados
en tiempos del Presidente Menem. Es por ello que sus primeras acciones se
inician en el interior del país, cortando las rutas provinciales en demanda de
trabajo. A partir de la crisis del 2001, se fortalecen como movimiento de protesta,
encontrando un lugar preponderante en espacios estratégicos de la provincia de
Buenos Aires. Durante el 2002, y mientras los cacerolazos fueron disminuyendo
en cantidad, los piqueteros reforzaron su accionar cortando ya no sólo calles,
avenidas o rutas estratégicas, sino también puentes que conectan la provincia
con
[6] El “arrabal” era el territorio de la
periferia de la ciudad entre fines de siglo XIX y principios del XX.
[7] Los cacerolazos, aunque con antecedentes
en los años posteriores a la reelección de Menem (1995), impulsados por Chacho
Alvarez quien fuera el líder del Frepaso (fuerza política que diera origen y
forma a
[8] Este barrio se ha caracterizado no sólo
por concentrar la oferta cultural, sino también por ubicarse allí el cementerio
de
[9] La calle Lanín es de una extensión de 3
cuadras en el barrio de Barracas, al sur de la ciudad, que ha sido
históricamente un lugar de industrias, camiones, fábricas, nosocomios.
[10] El Pasaje Danel es una cortada donde las agrupaciones vecinales del lugar,
el Centro de Gestión y Participación de la zona y algunos vecinos “notables” suelen
realizar eventos, en tanto la calle permite su delimitación y la ejecución de
obras de teatro, espectáculos callejeros, etc. Sin embargo, en el tiempo de lo
cotidiano, el pasaje sigue su vida de todos los días, con vecinos que viven
puertas hacia adentro y que poco se involucran con dichos espectáculos.
[11] Donde se realiza
[12] En la actualidad se está diseminando el
Turismo Solidario, realizado por turistas con compromiso social que vuelven a
sus lugares de origen transformados por la experiencia.